El anciano abrió los ojos muy lentamente. Estaba en una camilla de un hospital, solo y en el más absoluto silencio. Era de noche y aunque empezó a balbucear algunas palabras nadie pudo oírle. Intentó incorporarse en vano durante horas, sollozando y sufriendo con cada movimiento que hacía hasta que cayó al suelo. Reunió fuerzas que ni él sabía que tenía y consiguió gritar:

-¡Papa. . . !  ¡Mamá!

Rápidamente aparecieron  varios médicos. Uno de ellos se volvió corriendo avisando a más doctores mientras que los demás permanecieron allí atónitos, no podían creer lo que estaban viendo, después de todos esos años. Le ayudaron a levantarse y le volvieron a tumbar en la camilla. Intentaban calmarle pero no sabían qué decirle, no sabían cómo explicarle su extraordinaria situación, estaban nerviosos por haber presenciado lo que consideraban un milagro.

El anciano no entendía nada, todos le miraban sonrientes, pero él no estaba feliz, no sabía quiénes eran esas personas, no conocía el lugar, ni tampoco su propia voz. Se miró las manos y se asustó aún más. Se tocó la cara arrugada y volvió a llamar a sus padres entre lágrimas. Entre todos consiguieron calmar al pobre anciano, que cayó dormido un rato después por agotamiento.

Volvió a despertar a la mañana siguiente y la habitación estaba más llena aún. Había periodistas, fotógrafos y guardias del hospital evitando que éstos se acercasen demasiado a la camilla. Los flashes de las cámaras cegaban al anciano y pronto regresó al estado de angustia e incomprensión de la noche anterior. Los periodistas no paraban de preguntarle cómo se encontraba y metían el micrófono entre la multitud de doctores para ver si podían escuchar alguna declaración del anciano.

Poco a poco se fue disipando la sala aunque el murmullo en los pasillos continuó. El anciano se quedó solo nuevamente hasta que entró un doctor que le devolvió una sonrisa mientras cerraba la puerta tras de sí. El doctor acercó una silla y se sentó al lado del anciano. Le habló en voz baja, calmada y el anciano le miró atento.

– Sé que está desorientado, no comprende bien la situación ni reconoce nuestros rostros. . .

El anciano asintió asustado.

– Pero. . .- continuó el doctor- no debe asustarse. Es normal. Totalmente normal. No sabe quiénes somos porque no nos conoce, nunca nos ha conocido. Y este sitio, bueno, supongo que es la primera vez que lo ve, es lógico que no se ubique.

A pesar de las palabras del doctor, el anciano seguía igual de confuso. Se mojó los labios, tragó saliva y dijo susurrando:

– ¿Do. . . donde están mis padres? Mi familia. . . Yo. . . estaba con ellos. Yo estaba jugando y. . .

El doctor miró al suelo durante unos segundos y le dijo:

– Es difícil decirle esto. Ni si quiera nosotros sabemos cómo ha podido ocurrir. Teníamos una foto preparada para cuando despertara. Pensé que nunca se la daría, pero aquí está.

Le entregó una vieja fotografía y el anciano la miró detalladamente.

– Éste de aquí es usted. Éste su padre, y su madre. La foto es del año 1952. Usted tenía 7 años en ese momento. Fue un año antes de que usted…- dijo el doctor.

– ¿Y. . . dónde están ahora?

Después de varios meses, el anciano se fue recuperando y consiguió algo de independencia. Le dejaban bajar al parque que había en el patio del asilo. Allí estaba su lugar favorito, un columpio rojo en el que le gustaba sentarse y mecerse lentamente. Esa mañana cogió un periódico, le gustaba leer, le encantaba cuando era pequeño. Meciéndose en el columpio releyó por décima vez un artículo que escribieron sobre él unos periodistas la semana pasada. Tal vez en esta ocasión consiguiese entenderlo:

“Por ahora no hemos tenido la ocasión de hablar mucho con él, pero podemos decir que está sano y se encuentra estable. Tiene los problemas normales para un hombre de su edad, su movilidad es reducida, tiene algunos síntomas de Alzheimer, pero se ha reconocido cuando le hemos enseñado la foto.

Es extraño todo lo que se ha especulado sobre su caso. Los límites de la moral y la ética se han visto enmudecidos por su despertar tras más de 70 años en estado de coma. Casi toda una vida inconsciente, desde los 8 años.

Todo un ejemplo de superación, lucha y amor a la vida. Siempre se muestra. . .”

El anciano se olvidó inmediatamente del periódico y lo tiró al suelo. Escuchó a unos chiquillos que jugaban a la pelota, esbozó una sonrisa de ilusión y se fue a jugar con ellos.

FIN.

Roberto García.

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