El anciano llevaba caminando durante horas, sin apenas saber a dónde iba exactamente, cuando vislumbró un pequeño refugio a través de la dura ventisca que se le echó encima. El viento le impedía acercarse y tuvo que arrastrarse para llegar por fin a los pies de la puerta.
Una vez dentro del refugio, cerró la puerta y el sonido del viento se suavizó un poco. Sacó su candil e inspeccionó la habitación. Era un refugio de emergencia, sólo había un par de camas y unos muebles totalmente vacíos. Se acurrucó en una de las camas, se echó una manta encima y rezó para que la noche pasase la antes posible.
Al principio, el frío no le dejaba coger el sueño, no bastaban las mantas con las que se abrigase. Pero era el ruido atroz del viento lo que le tenía intranquilo. Había visto muchas tormentas en sus largos años pero ninguna como aquella. La oscuridad total de la noche, unida al sonido del viento y el aguanieve impactando en el techo del refugio, hicieron que el pobre anciano se asustase cuando sonaban de vez en cuando algunos relámpagos.
Pronto el viento cambió y se dejó escuchar como si fuera un agudo silbido. Se colaba por una pequeña grieta en la pared. Parecía un lamento, como si el viento fuera una criatura que pide auxilio. El anciano se levantó con la manta puesta y se acercó a la grieta. Con una mano tapó parte de la grieta y el sonido del viento cambió. Se volvió más agudo aún para después alternar entre sonidos graves y agudos como si fuese el llanto de un bebé.
– Te entiendo, te entiendo. . .- dijo el anciano al silbido del viento.
El viento siguió cambiando de intensidad a través de la grieta, modulando de intensidad y de frecuencia cuando el anciano acariciaba la fisura.
– Mañana será un día esplendido para los dos, tranquilo.
El viento siguió con su lamento, pero extrañamente ahora parecía más calmado, más suave. El anciano se recostó sobre la pared de la grieta y pasó allí lo que quedaba de noche.
FIN
Roberto García.
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