La barca esperaba tranquila en la orilla cuando todos corrimos en silencio hacia el mar al ver que unas luces se acercaban hacia nosotros. Mi hijo comenzó a llorar, yo le agarré con fuerza, pero llegamos los últimos a la barcaza y tuvimos que conformarnos con un pequeño hueco en la popa. No podía ni moverme, puse a mi hijo sobre mis piernas clavándome algún saliente, agaché la cabeza y unas personas empujaron la barca hacia al mar. “Buena suerte”, nos dijo alguno de ellos. Nos alejamos rápidamente de mi tierra, mi hogar, para tal vez nunca regresar. El silencio dominó entre nosotros. Calmé a mi hijo y recé para que tuviera un futuro mejor en esa nueva tierra, o para que al menos llegásemos vivos. Las luces de la costa de España titilaban reflejándose en el mar. Miré las estrellas, había millares.

Una ballena asomó la joroba levantando una cortina de agua. Todos nos asustamos. Al mismo tiempo, una lancha apareció de la nada y los iluminó con un foco. Hablaron en un idioma que no entendía. Nosotros intentamos remar en vano con los brazos para alejarnos de ellos, yo oculté a mi hijo entre mis brazos. Un policía enganchó nuestra barcaza y nos acercó a su lancha. Alguno de nosotros se tiraron al agua, otros suplicaban a los guardias. Escuché un disparo y una bengala de luz voló hacia el cielo iluminando la escena. todos nos quedamos quietos, menos los que habían saltado de la barca, que se sumergieron bajo el agua. Uno de los policías cogió un megáfono y habló en nuestra lengua: “No tenéis porqué tener miedo” nos dijo. Pero lo teníamos, nuestra barca se acercaba cada vez más a la suya.

Empezaron a sacarnos de nuestra barca a la suya. Los demás empezaron a intentar escapar, pero yo me quedé en la barca con mi hijo, hasta que uno de ellos entró en la barca y se acercó a mí. Yo me puse de pie y coloqué a mi hijo detrás de mí para protegerlo, pero uno de ellos agarró por el brazo a mi hijo y se lo llevó mientras él pataleaba y pedía mi ayuda. Otro me retuvo y me inmovilizó.

Ocurrió un milagro. La ballena volvió a acercarse pero esta vez golpeó la barcaza con su aleta haciéndonos volcar a todos al mar. Tras unos segundos de caos encontré a mi hijo intentando respirar, le agarré, lo puse sobre mi espalda y nos alejamos de los focos. Nadamos durante horas mientras aumentaba el silencio, la oscuridad y el frío. La costa de España se acercaba lentamente.

Roberto García.

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