Reginald vivía alejado de todo lo que nosotros conocemos como “Mundo”. En la parte más perdida, solitaria y salvaje de algún bosque, no podía contactar con nadie ni nadie podía contactar con él. Era como un fantasma, casi nadie sabía de su existencia, y si le preguntases a alguien quién era Reginald no sabrían decirte con exactitud ni dónde vivía. Incluso algunos empezaron a creer que era un mito, que no habría nadie capaz de vivir tan alejado de los demás, sin necesitar electricidad, ni teléfono, sin televisión, ni siquiera una radio. Podría decirse perfectamente que si el mundo entrara en guerra, Reginald seguiría en su rancho criando ovejas sin enterarse de nada creyendo que todo estaba bien ahí fuera.

Él mismo cosechaba sus propios alimentos y criaba animales de granja para poder comer carne. Cultivaba su propio café, tenía una pequeña viña, cortaba algunos troncos de leña y se calentaba a los pies de la chimenea cuando el frío apretaba. Llevaba una vida sencilla, sin lujos, casi monótona, pero nunca se aburría, siempre encontraba algo que hacer. Siempre había algo que arreglar, algo nuevo que construir, alguna postal paisajística que retrataba en un cuadro, una obra que interpretaba en su viejo banjo, o se pasaba la tarde escribiendo novelas que, tal vez, nunca fueran leídas.

No estaba al tanto de los avances en medicina, de los esfuerzos del hombre por llegar a Marte, de los inventos que había hecho el ser humano para hacer su vida más cómoda, no sabía lo que era una Red Social, ni tampoco qué era Internet. Del mismo modo no se enteraba de las crisis financieras, de los delitos que se cometían, de los conflictos políticos, de la prensa amarillista, del miedo que infundían algunas noticias de los medios de comunicación. . .

A veces se veía a sí mismo como un extraterrestre, como si Reginald viviera en un mundo distinto al que vivimos todos. Antes de dormirse siempre pensaba en nosotros, en si debía volver a la sociedad, si debía estar al tanto de lo que ocurriese en el mundo. Pero esbozaba una sonrisa y decía antes de dormir: “Seguro que estarán bien”.

FIN

Roberto García.

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